martes, 25 de septiembre de 2012

Soledad

Soledad decidió salir a pasar la tarde en la montaña, para pensar y disfrutar de la naturaleza que le regalaba aquel lugar de ensueño. Vivía desde hace unos meses en un pequeño pueblo del norte de irlanda, algo rudimentario pero, sin duda, acogedor y hospitalario. Llegó con una gran necesidad de vivir la vida intensamente, lejos del caótico panorama que sembraba la ciudad de Londres en cada esquina. Una fobia a vivir en sociedad le había apartado, de repente, una mañana de su rutinaria y estresante vida de empresaria adinerada. Desde ese momento, lo dejó todo y se marchó para escapar de aquella triste realidad que se desvanecía en un enorme abismo.

Nunca volvió a aquella ciudad de gigantes edificios y rocambolescas escenas cotidianas de gente sin "materia gris". Desapareció sin dejar rastro ni huella visible de su existencia. Sin dar explicaciones ni a su familia ni a sus amigos. Aprendió a vivir en la más absoluta soledad, rodeada de árboles centenarios y únicamente acompañada por el suave susurro del viento y por el sonido de los pájaros. Nunca más tuvo noticias de nadie conocido ni recibió visita alguna de sus allegados. Pero no necesitaba nada más para disfrutar de la vida. Sus recuerdos permanecían imborrables en su memoria y cada vez que sentía nostalgia recordaba sus experiencias vividas.

Soledad se acostumbró a no echar de menos a nadie, a no comunicarse, a vivir cada día como su fuera el último de su existencia. Eso sólo era posible hacerlo en aquel solitario pueblo que la había acogido cuando más lo necesitaba. Nada quedaba ya de su vida pasada, sólo los restos de una vida infeliz de la que había logrado escapar a tiempo. Ella sólo deseaba soledad, la soledad de un espíritu libre liberado de la rutina y del caótico mundo de la civilización.

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